Desde 1922

Cuatro generaciones y una misma manera de entender la gastronomía tradicional valenciana

PRIMERA GENERACIÓN

– Don José y Doña Carmen –

Casa Carmela comenzó siendo una barraca que servía de cambiador a los bañistas ocasionales de la playa de València, allá por los años veinte del siglo pasado. Mi bisabuelo, José Belenguer, recorría todos los días de verano la huerta de Vera, donde vivía la familia, para dar servicio a los turistas madrileños que se acercaban al Mediterráneo. Corría el año 1922 y al negocio le puso el nombre de su esposa, mi bisabuela, Carmen.

 

SEGUNDA GENERACIÓN

– El tío Toni y Lola ‘la rialla’ –

Con el tiempo, además de dar refugio a los bañistas, en Casa Carmela también se daban comidas y acogían huéspedes. El tío Toni y Lola ‘la rialla’, mis abuelos, los hijos de los fundadores, criaban sus propios animales de granja, en el corral trasero, y se traían las verduras y las frutas de la huerta familiar, la de Vera. Con estos ingredientes y el pescado que cada día traían las barcas, mi abuela hacía los guisos del día para los paseantes ocasionales, y sobre todo, para su asidua clientela. Entre estos clientes fijos estaba el propietario de la villa contigua a Casa Carmela, Vicente Blasco Ibáñez.

El escritor, político y periodista valenciano conservó este chalet a pesar de sus largas estancias en el extranjero y en él pasaron muchos de sus veranos su primera esposa, María Blasco del Cacho, y los cuatro hijos que tuvieron. El menor, Sigfrido Blasco-Ibáñez Blasco, jugó durante años como compañero de xamelo (o dominó) de mi abuelo en las interminables partidas que se montaban al caer la tarde.

Durante las décadas siguientes, cuando llegaba la primavera y el buen tiempo y, sobre todo, en verano con la Fira de Juliol, el local bullía por las noches hasta altas horas y las bandejas corrían por la terraza frente al mar con los mariscos, los arroces marineros, la caragolà (guiso aromatizado de caracoles), las ensaladas de pimiento y mojama…

Manuel Vicent en su Tranvía a la Malvarrosa refleja así el ambiente de aquellos años: Por la tarde nos fuimos paseando hasta el final de la playa. (…) Pasando la línea de los chalets al final de la playa estaba Casa Carmela junto a una villa pompeyana que era del escritor Blasco Ibáñez, aunque estaba medio abandonada después de haber sido incautada por la Falange y en ella campaban juntos los últimos Flechas Navales y los primeros gitanos. Bajo el cañizo de Casa Carmela sirviéndose de una silla de enea como caballete Julieta comenzó a pintar y juntos tomamos unos caracoles de mar y mejillones.

TERCERA GENERACIÓN

– Lola y Alfonso
Carmen y Jesús –

En los setenta, justo cuando yo nací, mi tía y mi madre, ya casadas ambas, tomaron definitivamente las riendas del negocio, se reformó el establecimiento, se construyeron los paelleros a leña y Casa Carmela se especializó en arroces. La paella se hacía, igual que hoy, una por mesa, tantas como grupos de comensales, la capa de arroz muy fina y el socarrat, ahumado por el fuego de la leña, en su punto.

El local se fue ampliando, la terraza se incorporó al salón, las paredes se recubrieron con cerámica de Manises típicamente valenciana y se modernizaron los paelleros y la cocina. Y yo me incorporé a la plantilla y así pude empaparme de los engranajes del negocio y también de los fogones.

CUARTA GENERACIÓN

– Toni Novo –

Con el nuevo siglo tomé el relevo al frente de la empresa y desde 2011 mi empeño es innovar, buscar nuevos retos en la empresa y, a la vez y sobre todo, poner en valor la tradición, mi tradición familiar. Casa Carmela mantiene su cocina centenaria, el sabor ahumado de las paellas a leña de mi bisabuela y, en definitiva, lo mejor del mar y de la huerta valencianos con un trato familiar.
La paella sigue compartiéndose al centro de la mesa según el ritual de mis ancestros, y además, con la última reforma del local damos servicio en una nueva barra donde poder disfrutar de la propuesta tradicional de proximidad en concepto de tapa. Fue esta última reforma la que nos permitió también crear pequeños salones privados en los que se propician comidas familiares o reuniones de trabajo, en un ambiente más íntimo.

Mi reto cada día no es solo gestionar un barco con 100 años de historia, con una capacidad de más 150 comensales y preparar unas 25 paellas a leña en cada servicio, además de dirigir un equipo de más de 30 personas; mi reto es, sobre todo, hacerlo sabiendo que cuatro generaciones de mi propia familia me observan desde el pasado y me alientan para que al comer en Casa Carmela se sienta ese acervo y siga siendo una experiencia diferente, deliciosa y, si puede ser, única.

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